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¡Tortura! Ni Arte Ni Cultura

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¡Tortura! Ni Arte Ni Cultura Empty ¡Tortura! Ni Arte Ni Cultura

Mensaje por SonyEricson Lun Jul 12, 2010 4:21 pm

Bueno este es un post que encontre en T! , Bueno me gustaria mucho que lo lean completo , por que dice la posta...






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« El toreo es el último escollo de una humanidad sin civilizar »

S.E. el Cardenal Isidro Gomá y Tomás (1869-1940)


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Los juegos taurinos fueron introducidos durante la colonia
española en México y otros países americanos, donde en la actualidad,
anualmente, miles de toros son atormentados lentamente y llevados a la
muerte violenta para diversión del público taurino y el lucro de
empresarios, criaderos, apoderados y patrocinadores de este vilísimo
negocio. Se estima que al menos 40 000 toros mueren en manos de la
industria de tauromaquia cada año en Europa, y la cifra se eleva a
aproximadamente 250 000 en el mundo entero.

En España por ejemplo, a pesar de la firme condena general de los
países de la Unión, todos los niveles del gobierno subvencionan las
actividades en torno a las corridas; la cifra global del dinero de los
contribuyentes dirigido a ese sector se estima en alrededor de 550
millones de euros. He aquí algunas cifras precisas y alarmantes
referentes tan solo al mes de marzo de 2009: promoción de la tauromaquia
por la Junta de Andalucía: 400 000 euros; Escuela de tauromaquia en la
Comunidad de Madrid: 80 000 euros; Patronato de la tauromaquia en la
diputación de Badajoz: 480 000 euros, etc.


En la esfera internacional, según el testimonio del presidente de la
plataforma taurina de Venezuela, deseoso que la fiesta taurina sea
declarada patrimonio cultural de la humanidad, el flujo económico anual
de la fiesta brava europea ascendería a más [de] 600 millones de euros,
sin incluir las actividades taurinas conexas que alcanzan más de 2000
millones de euros. En este lado de América, sólo en plazas de Venezuela,
como Mérida, San Cristóbal, Valencia y Maracaibo se mueven en promedio
de seis días por periplo taurino más de 200 millones de dólares al
cambio oficial; estimando un tanto igual para Colombia, México, Perú y
Ecuador. Un negocio substancioso como se puede apreciar, tanto en la
cuestión del dinero que aporta - prácticamente todo proveniente del
erario público - como de la sangre y el sufrimiento que cuesta.



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Toro en estado natural


La mayoría de las corridas en Latinoamérica son organizadas durante
el invierno europeo (entre septiembre y febrero), pero durante el resto
del año innumerables animales son torturados y aniquilados en corridas
tanto oficiales como oficiosas en diversas localidades, tanto plazas
como ferias e incluso en las infames escuelas taurinas, creadas con el
objetivo de que no desaparezca el arte, y donde los padres taurómacas
inscriben a sus niños para que éstos aprendan a matar. Es un verdadero
desastre que este tipo de padres inconscientes, incluso alentados por
religiosos descarriados, juzgue esta enseñanza más apropiada para sus
retoños que la predicada por hombres superiores y santos como Santo
Tomás de Aquino, quien nos revela sin rodeos que: Quien está habituado a
la piedad hacia los animales, está igualmente acostumbrado a la piedad
hacia los hombres. Manifiestamente esto último es algo que a dichas
personas nos les interesa más que lo primero.


Por desgracia, como en tantos otros campos en los que México se
caracteriza y se reconoce internacionalmente por su brutal rezago
social, en nuestro país se organizan muchos de estos eventos y,
atrasados varias décadas en relación a países donde la enseñanza
educativa y moral va de la mano con el respeto del entorno y la fauna,
probablemente tengamos el triste honor de ser el país más taurino del
mundo, no en afición, muy escasa, sino en lo que a cantidad de eventos
de éste tipo se refiere.

De hecho, es triste decirlo pero numerosos matadores españoles se
transladan durante el invierno a nuestros países para participar en
estas masacres organizadas, dado que, en primera instancia, durante esta
época del año no se llevan a cabo corridas en España.

Por otra parte son muchas las sedes españolas las que poco a poco
cierran sus puertas ante la pobre asistencia y la hostil y creciente
presión pública, obligando a estos sombríos personajes a buscar para
alcanzar sus fines tierras más prometedoras, entre más subdesarrolladas
mejor…


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En efecto, las corridas de toros no son la imagen bucólica que se
vende a los neófitos y a los turistas inocentes, deseosos de presenciar
un cuadro folklórico y pintoresco, ciertamente rústico y de mal gusto,
pero al menos, a su manera de ver en primera instancia, lleno de color y
de un cierto


Al contrario, al entrar en la plaza, los asistentes de buen corazón
pronto se dan cuenta de su crasa equivocación, al presenciar que una
corrida no es otra cosa que el espectáculo abierto y obsceno de la
tortura sangrienta, codificada, metódica y prolongada de un animal
inerme, indefenso, y abandonado a su triste suerte entre las garras de
una turba de verdugos ruines y ensañados que se pavonean y se libran con
goce indescriptible a su feroz escabechina al son de Paquito el
chocolatero, fúnebre paso doble que, en palabras del escritor Christian
Laborde, es el Pajaritos a volar de los aficionados taurinos caídos en
un doble transe, el éxtasis extraño que les prodiga el profuso
derramamiento de la sangre combinado al flujo inagotable de la
manzanilla, del vino, de la cerveza, del mosaico pletórico de brebajes
espiritosos que embuchan con una avidez y una delectación que solo
encuentran paralelo en las cantidades absorbidas, muy propias éstas para
inundar de nueva cuenta el mítico establo de Augias.


Es en este marco tan particular que los cándidos asistentes de
ocasión constatan, sin mucho tardar, que la llamada fiesta brava no es
más que una técnica altamente sofisticada de tortura, comparable a las
que se emplean con los humanos en ciertas circunstancias, capaz de
transformar a una persona digna y entera en una piltrafa humana a la que
se puede manejar como se quiera, pues el toro, contrariamente a las
simplezas que cuentan los entusiastas de este tipo de prácticas, no es
un objeto inanimado cuyo único fin sería satisfacer sus apetitos de
recreación y placer personal, sino un mamífero superior, dotado de un
sistema nervioso central; un ser altamente evolucionado y perfectamente
capaz de sentir dolor, al mismo nivel y con la misma intensidad que
nosotros. Esta verdad es tan dolorosamente evidente que ni siquiera la
desarrollaremos en este espacio, pues el simple hecho de plantearlas
supondría cuestionarlas, lo cual no ha lugar.


Las corridas están rodeadas de todo un aparato lexical y pseudo
simbólico altamente rebuscado, pero como veremos enseguida, nada en este
mísero espectáculo es genuino, sino tan solo la agonía indescriptible y
la ignominiosa muerte del pobre individuo que se convierte en su
víctima en turno.


Así pues, si usted no conoce estos espectáculos y quisiera saber más
acerca de su desarrollo y naturaleza, le ahorraremos mucho dinero,
vivas desazones y una profunda vergüenza relatándole enseguida todos sus
pormenores.

Como complemento visual a nuestra exposición podrá usted visionar
igualmente una serie de documentos, fotografías y videos captados en el
lugar mismo, que ilustran con plena claridad y lujo de detalle lo que se
argumenta a continuación, y ejemplifican gráficamente la apremiante
urgencia de erradicar, o como lo decía más acertadamente el sacerdote y
filósofo Juan Balmes (1810-1848), extirpar de nuestras sociedades y para
siempre estas prácticas repugnantes y vergonzosas.




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COMIENZA LA FIESTA


«El bueno sabe que hasta los animales sufren, pero el malvado
de nadie tiene compasión»
Proverbios, 12:10.



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Previamente al inicio de la corrida, el toro es encerrado en un
cajón obscuro llamado chiquero, siniestro preámbulo que tiene el efecto
de aterrorizarlo a través de diferentes procedimientos ilegales pero
igual llevados a cabo de manera regular y ordenada.

Hay que saber que antes de ser transportados a dicho lugar, los
toros han vivido toda su vida en campo abierto, rodeados por otros
individuos en su medio natural, del que han sido arrancados
repentinamente para ser encerrados en cajones de madera de menos de 2
metros cuadrados, donde no tienen ninguna posibilidad de moverse. En
semana santa y verano, los camiones están sobrecalentados, y los
animales, amontonados sin agua ni comida, pierden de 30 a 50 kilos
durante el traslado; algunos de ellos son hallados muertos de asfixia al
llegar al chiquero. Enseguida, serán sacados del camión con la misma
delicadeza con la que fueron embarcados en él: a golpes de chorros de
agua, de palos y tubos, patadas e injurias. Dato macabro: en Francia,
los exámenes veterinarios revelan que la mitad de los toros masacrados
en las corridas estaban gravemente enfermos. Por ejemplo,



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Implorante, un toro herido se acerca a uno de sus verdugos.
Imagen tomada por el ex-aficionado y fotógrafo taurino Christian
Sinibaldi, arrepentido después de presenciar esta dolorosa escena…




el representante taurino Kiko Matamoros, blandiendo un cuerno
afeitado y que presentaba otras manipulaciones, recogido por él mismo en
una arena de Benalmadena, afirma que el comportamiento del toro es
además modificado por una serie de substancias, como los anabólicos, y
cuenta que una vez vio un toro entrar en el ruedo con una jeringa
todavía clavada en el lomo (escena mostrada por el veterinario José Mª
Cruz en un video). ¡Sin comentarios! Enseguida declaró su pavor de un
toro drogado, pudiendo ser más peligroso al desconocerse la reacción del
mismo. Insensatamente, el matador Curro Matola abunda en la cuestión
afirmando que tal cosa seria de locos porque como podría reaccionar un
animal drogado, sería una incógnita el comportamiento de un toro en esas
condiciones (sic); esto no es más que otra prueba más de que el pseudo
arte taurino no es más que una técnica refinada de artificios y
sistematismos calculados y preestablecidos, es decir una vulgar,
metódica y repetitiva manufactura.


Así pues, para mantener su mito y convencer al público de la
supuesta ferocidad del animal, los tauricidas se refieren al toro como
una a una bestia brava y salvaje, cuando en realidad, como cualquiera
que lo ha visto de cerca lo sabe, es al contrario un animal doméstico
más bien manso y sociable por naturaleza, un gigantón gentil y bonachón
que no tiene carácter fuerte y menos aun agresivo, salvo como cualquier
animal, cuando se encuentra en estado de desafío territorial, y/o
confrontado a la agresión (como prueba recordemos la anécdota del ya
citado Curro Matola, quien frente a las cámaras acariciaba a un toro
mientras decía con desenvoltura a un periodista: «Es uno de mis mejores
amigos; se llama Temple, y lo crié con biberón. Nació aquí en casa».
Matola hasta besa al toro, antes de añadir con orgullo ahora ha crecido,
y es un toro bravo; no deja de ser un toro bravo, y pues entonces hay
que llevar el cuidado lógicamente que se tiene que llevar con un animal
de estos. Vuelve a acariciarlo, le coge ambos cuernos y se pone a jugar
con ellos, balanceando la cabeza del plácido animal, ese mejor amigo que
acabará sus días en un ruedo…).


En estas condiciones, 24 horas antes de entrar en la arena, el toro
ha sido sometido a un encierro en las tinieblas para que al soltarlo la
luz y el barullo de los espectadores lo aterren y trate de huir saltando
las barreras, lo que produce la falsa imagen que se quiere dar del
toro, es decir la de una bestia brutal y acometedora (durante un
coloquio universitario en México, un especialista taurino, frente a una
audiencia compuesta por veterinarios, zoólogos y etólogos, se atrevió a
afirmar que el toro es un depredador...). Muy al contrario, por su
naturaleza misma de bovino herbívoro, la tendencia natural del toro,
evidentemente, es huir, no atacar.


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El afeitado, corte y lijado en el hueso vivo del toro



Como lo indica la hitoriadora Élizabeth Ardouin-Fugier en su
magnífico estudio Historia de la corrida en España, del siglo XVIII al
siglo XXI, la mentada bravura del toro es un producto en gran parte
artificial de la selección zootécnica… contraria a la probabilidad
general de la repartición estadística de la bravura en su especie, es
decir de una aptitud relativamente rara», concluyendo que el toro de
combate es un animal desnaturalizado. Sin duda, nuestro especialista
arriba eludido tenga la original concepción de que los toros son
cazadores de las sabanas africanas.

Sin embargo, además del estado de angustia y desorientación que
sufre el toro al salir a la luz del ruedo, se encuentra de antemano ya
disminuido y ansioso, pues en el chiquero ha sido objeto de ciertos
cuidados especiales por parte de los artistas del toreo. De hecho está
ya debilitado, pues para entonces lo han golpeado repetidamente en los
testículos y los riñones, a patadas y dejándole caer costales de arena
de cien kilos estando inmovilizado, y le han inducido diarreas al poner
laxantes, sales y sulfatos en la comida que se le ha proporcionado; es
la razón por la cual a menudo los toros salen al ruedo completamente
batidos. En 1985-86, impresionado por las abundantes diarreas y la
descoordinación de movimientos de los animales, el Dr. Andrés Martínez
Carrillo, veterinario titular de Colmenar Viejo y de la plaza de toros
de Las Ventas, estudió muestras de asas intestinales y jugos gástricos
recogidas inmediatamente después del arrastre del toro, poniendo en
evidencia el empleo de unos 25 kilos de sulfato de sosa y sulfato de
magnesio, o sal de Epson en cada animal sacrificado durante las ferias; cuatro
o cinco kilos de sal de Epson por toro de este laxante - advierte
Martínez Carrillo, es una cantidad brutal
.



Por otro lado, le han sido untadas masas de grasa o vaselina en los
ojos para nublar su visión (otras veces se le inyecta tinta china en los
globos oculares o se le rocía con aerosol paralizante...), se le han
tapado las fosas nasales con algodones y sus oídos con papel periódico
mojado. En las patas, se le han clavado astillas entre los pesuños o se
le ha aplicado alguna substancia abrasiva como aguarrás, que le produzca
ardor, escozores, y le impida mantenerse quieto, lo que facilitará que
el torero no desluzca en su actuación frente a un toro que, en
condiciones normales, no tendría la menor iniciativa de atacarle.

Por si las dudas, para proteger al valeroso torero, se ha tenido la
precaución de afeitarle los cuernos al toro, es decir recortárselos con
sierras y lijas, a sabiendas que no son otra cosa que huesos vivos.
Evidentemente, además de lo intensamente doloroso de esta operación de
unos 25 a 30 minutos de duración (se serruchan y liman 5 a 10 cm de
cuerno sin anestesia alguna, el equivalente a que se nos hiciera esto en
los dientes...), el toro pierde con ello orientación y a la hora del
combate no es capaz de apuntar bien al objetivo en el momento de
embestir. Cabe resaltar, siempre en lo que concierne a la lima de
cuernos, que se dispone de necropsias efectuadas por la Facultad de
Veterinaria de la UNAM a petición de la Delegación Benito Juárez de la
ciudad de México, en lo referente a animales lidiados en la Plaza
México; los resultados, muy evocadores y contundentes, demuestran que
todos los animales analizados habían sido afeitados, ¡pero también que
ni siquiera cumplían con la edad requerida para la lidia!


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Significativo y muy revelador cartel de Miquel Barceló para la
temporada taurina de 2008, en la plaza de toros de la Real Maestranza,
Sevilla



Otra precaución tomada en cuenta, es que se le han colgado sacos de
arena en el cuello durante horas y/o le han golpeado el lomo con
láminas y maderos. Asimismo, a menudo se le ha introducido una aguja
rota en los genitales para impedir que se siente o se acueste, lo que
por supuesto, aunado a todo lo precedente, hace que el toro esté ya muy
cansado y alterado al entrar a la refriega, y lo obligará a mantener la
cabeza baja durante la faena.


Finalmente, cuando por fin lo van a soltar, poco antes de echarlo al
ruedo, le clavan en el lomo una roseta colorida; es el primer arpón de
puntas aceradas del que será víctima, conocido como la divisa.

Esto no es lo último que se le clavará en este estado, pues aún
falta un detallito más: uno o dos piquetillos sigilozamente
administrados correspondientes a la inyección de algún medicamento
fraudulento que ayude a mermar al toro, a aminorarlo, a vaciarlo de su
energía vital. Nunca se es demasiado prudente. He aquí pues algunos de
los productos con los que la canalla taurina aturde discretamente al
toro: fenilbutazona, rompun (de Bayer, que se traduce en un sedado sin
estado cataléptico y una relajación muscular generalizada, así como el
ralentizamiento del ritmo respiratorio de duración variable según la
dosis), vetranquil (Lathevet), sernylan (Parke-Davis), parkersernyl
(Parke-Davis), y tantos otros. El arriba citado Dr. Martínez Carrillo
menciona todavía el combelén, un hipnotizante y tranquilizante derivado
de la fenotiacina, que por cierto es empleado por la mayoría de los
contratistas de las cuadras de picar para drogar a sus caballos…



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Ya hemos dicho que tratando impúdicamente de justificar sus
inaceptables actos, los taurinos pretenden que los toros no sienten;
cualquiera que ha visto un toro en el campo nota de inmediato que al
menor contacto de un insecto el animal se sacude o espanta al parásito
con la cola o un movimiento brusco del pellejo, esto a pesar de su
espeso pelaje y gruesa piel. Uno se pregunta por qué toman los taurinos a
sus interlocutores cuando quieren hacerles creer que un toro no siente
los tremendos arpones de las banderillas, o la espada que le atraviesa y
desgarra las entrañas de par en par. Es que, además de su crueldad
salaz y su profundo egoísmo, la falacia y la mala fe son otros atributos
característicos de estos individuos, que están dispuestos a lo que sea
con tal de gozar con el objeto de su mórbida perversión.


Pero bueno, como hemos visto previamente, alevosamente manipulado,
golpeado, herido, deshidratado, enclaustrado, cegado y completamente
desorientado, y ya sufriendo del dolor intenso que le produce la divisa
ensartada en los músculos del lomo, el toro, con la vista nublada por la
grasa, recorre al galope el ruedo, deslumbrado y medio cegado, en una
actitud de furia aparente.

En realidad, cuando el toro desemboca en el ruedo es un animal
inquieto o aterrorizado que, herido y desorientado en un lugar extraño,
busca desesperadamente una salida.




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El picador es un individuo extraño cuya función es clavar una y otra
vez una temible lanza, llamada pica, en el cuello del toro, delante de
la cruz. La teoría indica que de dicha lanza «solo» debe penetrar en el
cuerpo del toro la punta de acero, que mide de 3 centímetros de largo,
pero es evidente


que de la violencia de la confrontación y el choque resulta que
siempre se le clavan igualmente los 11 centímetros que siguen hasta el
tope del arma, lo que representa heridas nada menos que de 14
centímetros de profundidad y hasta 40, es decir casi medio metro, de
extensión, que producen al toro un dolor intensísimo y que lo destrozan
por dentro.


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La temible pica


Cuando el toro embiste con mucha energía o le parece al torero
demasiado peligroso, a pesar de ser muy valiente, ordena al picador
asistirlo y llevar a cabo su trabajo, consistente en lacerar y desangrar
al toro para debilitarlo.

De inmediato el picador asiste y castiga inflexiblemente al animal,
clavándole en el lomo la puya arriba mencionada, que destroza músculos
(trapecio, romboideo, espinoso y semiespinoso, serratos y transversos de
cuello), y lesiona, además, vasos sanguíneos, nervios y huesos.


Arrebatados por el furor y su placer sangriento, los picadores
todavía retuercen con saña la pica para aumentar la penetración. Incluso
se apoyan eventualmente en la barrera y hieren al animal detrás del
morrillo o en el costado para provocar una hemorragia abundante o
perforar el pulmón, dejando a su víctima chorreando sangre, a veces ya
medio muerta y limitada grandemente su capacidad de movimiento.

Cada toro recibe una media de 3 a 4 puyazos; esta medida se toma
para que el torero pueda brindar la expresión artística que se
supone debe tener este espectáculo. De hecho, un solo puyazo podría
destrozar al toro, por eso se hace en tres tiempos para mayor goce de la
afición.


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Todavía existe otro complemento más sórdido a este funesto
preludio.




Cuando a pesar de todas estas impensables agresiones, (¡o como
consecuencia de ellas!) el toro persiste en su conducta mansa y huidiza,
se recurre a lo que se conoce como rejón, en especial a una variante
llamada de castigo, una espantosa cuchilla con hendiduras cortantes que
causa incisiones y heridas tan abominables, que el toro se verá obligado
a responder como sea, si no por furia, al menos por miedo.


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También existen otros motivos fisiológicos que entran en juego en
este proceder, como lo explica con sorprendente brío un especialista
taurino mexicano, citamos textualmente:


"El rejón de castigo es
básico para la lidia ya que permite que el toro desaloje un poco de
sangre evitando un paro cárdiaco (sic) o una congestión renal del animal
durante la lidia."


¿Qué decir al respecto? Sobran los comentarios ante tan
edificante, generoso y profuso rebose de humanidad.



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El caballo durante la faena


Aunque el toro es el personaje central de este carnaval de sangre,
muchos caballos participan en las corridas y son víctimas de ellas. Para
proteger su cuerpo de las astas del toro, los caballos llevan solamente
una manta acolchonada; a pesar de esta protección son cogidos por las
astas muy a menudo, lo cual tiene como resultado graves heridas
abdominales. Los golpes propinados a los caballos producen, en virtud de
la gran fuerza y el peso del toro, así como por el hecho de que los
primeros no pueden ver al segundo y esquivarlo, contusiones y/o
fracturas en la caja torácica, es decir las costillas. En lo que a las
zonas blandas de su vientre se refiere, no es raro ver perforaciones tan
atroces que las vísceras acaban desparramadas por el suelo. Las escenas
que se pueden ver en estos casos son terroríficas; por ejemplo, una de
tantas anécdotas concierne a un pobre caballo que yacía eviscerado, al
que le volvieron a meter las tripas al vientre como si se tratara de un
vulgar cojín desgarrado, y luego se le repletó la panza de paja como a
un muñeco. Posteriormente, se le cosió el pellejo para volverlo a poner
de pie en el ruedo, agonizando lentamente en estas condiciones hasta el
final de la corrida... Hay que recordar que para los taurinos la vida de
un animal no vale nada, y ciertamente la de estos caballos menos aún,
pues son bestias de desecho que de todas formas, cualquiera que sea el
término de la fiesta, serán masacradas vilmente en un matadero. En
realidad, en lo que a ellas se refiere, la corrida no es más que una
penúltima manera de generar dinero antes de que su carne sea vendida en
el comercio; todo en la corrida está cuidadosamente pensado y calculado
para dos cosas: ofrecer sangre al público, y dejar la mayor cantidad
posible de dinero a los empresarios.


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Caballos eviscerados


En condiciones normales, el caballo por naturaleza siente miedo del
toro, por lo tanto siempre hará lo posible para eludirlo. Para evitar
esto, la cuadrilla taurina toma la precaución de taparle los ojos, para
que no pueda ver donde se encuentra el toro. También ocurre que se les
tapona los oídos –por ejemplo con periódicos mojados– para que el
caballo no pueda tampoco oír al toro. Sin embargo, a pesar de
encontrarse en este estado de anulación casi total de sus sentidos, el
caballo siente mucho miedo porque puede oler al toro, por lo tanto sabe
que el peligro se encuentra cerca pero está obligado a obedecer las
órdenes del jinete. Al toro no se le puede reprochar nada en este
aspecto: esta tan confuso y agitado por el miedo y el dolor, que se
defiende ante todo que se le ponga por delante. Está dirigido por su
instinto de preservación.


Cuando un caballo está herido relincha y brama terriblemente, por
consiguiente, a los ejemplares que son utilizados para la lidia se les
cortan las cuerdas vocales; de esta forma, se le evita al público el
terrible espectáculo de los chillidos del animal, que podrían consternar
a algunos asistentes.

Cuando la herida no mata de inmediato al caballo, ocurre
frecuentemente que se le cosa el abdomen – sin aplicársele ninguna clase
de anestesia evidentemente –, solo para insertarle lo antes posible en
la próxima corrida… El caballo, previamente herido y hasta eviscerado,
tendrá que soportar semejante tratamiento hasta que al fin se deshagan
de él por medio del sacrificio, cuando no ha muerto a causa de la faena.


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Grave exposición de vísceras consecuencia de una corrida que
termina con la muerte del caballo tras largas horas de atroces
sufrimientos. Los cobardes responsables de esta muerte trataron de
sobornar al fotógrafo para que no las hiciera públicas, al ser dañinas a
su infame negocio.



Ante tales barbaridades, y gracias a las quejas de los turistas
(pero sobre todo a su indeseable ausencia en las plazas), desde 1928 se
les pone a los caballos la manta acolchonada arriba mencionada, para una
mejor protección. Antes de esta fecha el caballo no llevaba nada, y
ocurría frecuentemente que muchos caballos dejasen la vida en la arena;
la historia documenta que a veces un toro mataba hasta a tres caballos
en tan solo una lidia…

Durante la corrida Portuguesa los caballos no llevan nada para
protegerse; estos caballos son entrenados para esquivar al toro, al
contrario de los caballos de los picadores. Sin embargo es evidente que
esta enseñanza no los exime de hallar la muerte durante o después de una
corrida.


En resumen, cada año cientos de caballos son víctimas colaterales de
las corridas de toros. La industria de la tauromaquia dice que se les
trata bien, pero ni siquiera hace falta conocer lo anterior para saber
que para un caballo una corrida no es nada más que una angustia y un
dolor constantes, igual que lo es para el toro. Cualesquiera que sean
las objeciones avanzadas por los taurinos, es evidente que como los
toros, los caballos en las corridas son tratados como simples objetos de
especulación y desecho, y son víctimas inocentes del placer egoísta y
cruel de estos extraños sujetos.


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¡Tortura! Ni Arte Ni Cultura Vnhtep


Después de que los picadores dejan al toro hecho una piltrafa
magullada y desangrada, el torero demuestra su gran valor
dándole los pases de muleta, agotándolo gradualmente por el esfuerzo
continuo aunado a la cuantiosa pérdida de sangre.


Estos pases tienen otra gran ventaja para el torero: el toro, además
de mansurrón, es un animal miope, daltónico, torpe e ingenuo que
embiste al capote que agitan delante de él. Hay otra razón para ello,
que es bien conocida por los etólogos y algunos ganaderos cultivados, a
saber que los objetos y colores intensos inquietan y alteran al ganado
bovino. Entre muchos otros, la célebre doctora Temple Grandin se ha
explayado al respecto con claridad.

Cuando a pesar de todo el animal no se deja engañar, y en su defensa
desesperada por su vida logra embestir y cornear con éxito al agresor
que lo hiere repetidamente y atenta contra su existencia, es llamado
según la terminología taurina, toro asesino.


Al respecto vale la pena contar una anécdota entre tantas que
muestra bien lo que es el ambiente de fetichismo fanático y de roñosa
violencia que caracteriza y define al mundo taurino y sus guardianes.

Se refiere a cuando muriera trágicamente en 1985, en la villa de
Colmenar Viejo, el famoso matador madrileño José Cubero, mejor conocido
como Yiyo, quien falleciera después de una terrible cogida por un toro
llamado Burlero, un espléndido ejemplar de 497 kilos al que ya había
acuchillado pero que, con sus postreras fuerzas, volvió al ataque una
última vez y le ensartó de lleno en el suelo con tremenda cornada,
partiéndole literalmente el corazón como él lo había hecho segundos
antes con el del animal. Escena distintiva y de simbólica fatalidad.

Pasando en un instante de ser fiero y bravo según el comentarista
especializado que narró el evento, a ser un toro asesino , a Burlero, o
a lo que quedó de él tras la faena, un tal Juan Luis Bandrés, ganadero,
le hizo destruir la cabeza y, no contento con su gesto, todavía mandó
apuntillar a la vaca que lo parió … Este personaje que como pasó por la
vida viviendo por el hierro, murió por el mismo, pues fue más tarde
acribillado a tiros por un empleado suyo al que había despedido.

Un tercer hombre entra en este escenario fatídico y siniestro, el
hasta entonces apoderado del matador difunto (y de otros toreros famosos
como El Pilarico), el tristemente célebre Tomás Redondo, quien
probablemente abrumado por sus recuerdos y el peso angustioso de su
consciencia, acabó ahorcándose en 1988.


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El arpón de la banderilla


Las banderillas son unas varas coloridas que terminan en afilados
arpones metálicos de 5 o más centí¬metros de largo, como en el caso de
las banderillas negras. Algunas de estas herramientas tienen un arpón de
8 cm, y se les llama de castigo (¡decididamente hay mucho en las
corridas!); se le aplican al toro cuando éste ha logrado evadir la lanza
del picador. La función de la banderilla es asegurar que la hemorragia
siga; los banderilleros clavan estos arpones intentando colocarlos justo
en el mismo sitio ya dañado con los ganchos de metal, es decir en las
mismas horribles heridas producidas por los puyazos o cerca de ellas.

Con cada movimiento del toro y con el roce de la muleta, las
banderillas se mueven constantemente haciendo que los ganchos de los
arpones desgarren cada vez más la carne y horaden las lesiones internas,
aumentando la hemorragia y completando la sádica labor del picador; el
peso de las banderillas tiene precisamente esa monstruosa función.

Aunque se aconseja clavar 3 pares, no hay límite al número de
banderillazos: tantos como sean necesarios para desgarrar los tejidos y
piel del toro.


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Tremendas lesiones y hemorragia sufridas por el animal



EL TORERO DEMUESTRA SU GRAN
HOMBRÍA



El terrible dolor que le produce toda esta secuencia de heridas, el
destrozo de los músculos del cuello y lesiones en la espina dorsal,
junto con la pérdida de sangre que todo esto conlleva, obligan al toro a
agachar permanentemente la cabeza; es el momento en que el valiente
torero puede acercarse.

Efectivamente, cuando el toro llega al ruedo tiene el grave defecto
de llevar la cabeza alta. En esta postura, para matarlo, el torero no
podría encarar al toro para clavarle la espada, lo cual no sería
práctico ni conforme a la sublime dignidad de estos torturadores.


Con el toro exhausto y cerca del agotamiento, el torero no se
preocupa ya del peligro y se puede dar el lujo de retirarse del animal
después de algún pase ostensorio, echando fuera el pecho y pavoneándose
al recibir los aplausos del público. A veces al contrario se le acerca,
lo toca altaneramente, le hace gestos desdeñosos, desafiantes, se burla
de él, tal vez fingiendo o incluso creyendo que el toro pueda entender
esas cosas.


Cuando el toro alcanza este estado lastimero, el matador entra en el
ruedo en una celebración de bravuconería, machismo y chauvinismo
característicos de este espectáculo, para enfrentarse a un toro
exhausto, febril, sediento y desfalleciente, de facto ya moribundo.



ENTRAR A MATAR


La etapa siguiente se trata de clavar el estoque, una espada de casi
un metro (80 cm) cerca de las vertebras para lesionar el corazón o
algún vaso sanguíneo importante.


¡Tortura! Ni Arte Ni Cultura 2dbunna

El toro trata de salvarse huyendo y arrimándose a la valla, pero
será alcanzado inevitablemente. Su suerte está sellada de antemano



Evidentemente, esto es mera teoría y no pasa casi nunca en la
práctica. Al contrario, lo más común es que la espada solo acierte a
alcanzar los pulmones y el diafragma, y que el animal agonice lentamente
ahogado en su propia sangre.


Otros órganos destrozados comúnmente son el hígado, los pulmones, la
pleura, etc., según el lugar por donde penetre la espada. Cuando ésta
destroza la gran arteria, es un momento de gran exaltación y regocijo
para el público taurino, que se deleita presenciando exultante cómo el
toro agoniza vomitando enormes bocanadas de sangre hasta que, si tiene
suerte se sofoca y muere ahogado en su propia sangre sin tardar
demasiado.


Para la enorme mayoría de los toros la realidad es diferente. El
animal, en un intento desesperado por sobrevivir, se resiste a caer, y
suele encaminarse penosamente hacia la puerta por la que lo hicieron
entrar, buscando en vano una salida a tanto maltrato y dolor. Entonces
lo apuñalan en la nuca con el «descabello», otra larga espada que
termina en una cuchilla de 10 cm.

A pesar de estos terribles tormentos, el animal suele seguir
luchando gracias a su gran fuerza física y de supervivencia. Sin
embargo, sus esfuerzos son inútiles, y exangüe, a la larga caerá al
suelo, dado que la espada ha ido destrozando sus órganos internos.


Así, después de varios intentos infructuosos, el toro, envuelto por
los gritos de una chusma brutal, enardecida, y las más veces henchida de
alcohol, queda tendido en el suelo, completamente destrozado. No
obstante, aunque yace, a veces casi inerte, todavía está vivo,
agonizante, gimiendo lastimeramente, vertiendo lágrimas profusamente y
arrojando sangre a chorros mientras pierde la orina, o incluso defeca.


Esto lo que, con sus argucias semánticas estetizantes y primarias,
los empresarios y aficionados taurinos llaman morir dignamente y
con nobleza
. Nos preguntamos cuántos de ellos desean para sí una
muerte semejante. Durante una emisión en la televisión francesa, el
ganadero Simón Casas incluso tuvo el descarado cinismo de pretender que,
entre el toro y el torero, existe una relación de respeto y de amor...
¡Ciertamente, uno se siente reconfortado de no estar relacionado
con este señor, y más aún de no figurar en el círculo de aquellos a
quienes agracia con su amor y respeto!



LA PUNTILLA


Este cuadro es horrible, incomprensible, pero aun así, la tortura
sigue: en este averno dantesco, no existe la compasión, no hay cabida
para la razón; aquí solo rige el despotismo desalmado de la lógica
taurina.


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Toro agonizante a punto de ser apuntillado


Como gran final, se remata al toro con la puntilla otra navaja más,
ésta de 10 cm de largo. Con esta cuchilla se pretende seccionar la
medula espinal del toro a la altura de las vértebras atlas y axis.


Como evidentemente los toreros no son cirujanos sino carniceros, lo
que hacen no es seccionar la médula sino tan solo dañarla, por lo que
como se puede apreciar a simple vista el toro no está nunca muerto tras
la operación, sino en estado de parálisis, cuadripléjico, incapaz
siquiera de realizar movimientos con los músculos respiratorios, por lo
que, siempre chorreando sangre por nariz y boca, empieza a morir
lentamente por asfixia, tirado en su charco de sangre, orines y
defecación.


Es durante este proceso cuando se le extrae la espada al toro, un
espectáculo terrible de ver cuando uno observa con detenimiento la
expresión facial del agonizante, que si bien está paralizado, no es
insensible al dolor. Otra vez, el hombre normal, horrorizado, se
pregunta: ¿por qué no hacer esto cuando el toro ya ha muerto? ¿Por qué
siempre empujar la intensidad del dolor hasta el paroxismo del
sufrimiento? Pero la pregunta es necia, pues los toreros no son hombres
normales, sino exterminadores profesionales.


Para terminar con la función, el toro es mutilado con plena
consciencia cortándosele en carne viva las orejas y el rabo (que no es
otra cosa que la columna vertebral), muñones palpitantes y todavía
calientes a los que los taurinos llaman trofeo.

El torero los exhibe enseguida orgullosamente ante el público que le
aclama y a veces le lleva en hombros.

Algunas mujeres le avientan flores para congratularle por su noble
hazaña.


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Un matador, cuya facie bestial denota un estado mental claramente
muy dañado, eleva orgulloso su 'trofeo' recién cercenado



EL ARRASTRE Y EL
DESCUARTIZAMIENTO



Como vimos, después que le destrozan las vértebras, el toro pierde
control sobre su cuerpo desde el cuello hacia abajo, sin embargo hacia
arriba se mantiene intacto, por lo que está perfectamente consciente y
sufre el dolor de las crueles amputaciones que se le infligen, así como
de todo el horror de su condición.

Una vez en esta situación, el noble animal se convierte en un
material de desecho del que hay que deshacerse prontamente para dar
lugar al siguiente festejado, pues las corridas no son masacres aisladas
sino en serie. Los taurinos no sacian su sed con una sola inmolación.



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Después de ser acuchillado y apuntillado, y enseguida
salvajemente mutilado, el toro, aunque paralizado, todavía está vivo y
conciente. Aquí, observa con evidente pavura a sus despreciables
verdugos, mientras éstos lo amarran sin piedad para el arrastre…




En esas condiciones se atan los cuernos o patas traseras del animal
con cadenas y se procede a arrastrarlo fuera del ruedo. Le invitamos a
pensar por un momento lo que debe sentirse ser jalado por la cabeza
después de que le han cercenado a uno la columna a puñaladas.

Mientras usted procede a este penoso ejercicio, repitamos que el
toro arrastrado está todavía vivo y conciente durante esta operación.
Recordemos un caso muy célebre y doloroso que tuvo lugar en la ciudad de
Murcia, España, en septiembre de 1979, cuando el toro repentinamente se
levantó mientras estaba siendo arrastrado…



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Terribles escenas de arrastres


LAS BAMBALINAS DEL COLISEO
TAURINO



Para el toro, que nunca deja el ruedo totalmente muerto, llega el
segundo acto de la carnicería, que es esa trastienda de la plaza donde
ya no hacen falta lentejuelas, fanfarrias y elogios de lindas mujeres
para descuartizar al animal vivo.

Una vez arrastrado, el toro se deja tirado como si fuera un trapo en
un almacén o un patio, junto a los demás toros caídos, o en espera de
los que llegarán durante la jornada de la «fiesta».

Una vez allí, se le arrancarán la divisa y las banderillas, sin el
menor miramiento ni piedad, como quien extraería un rábano de la tierra.
Algunos obreros todavía los golpean y hacen bromas en espera de que
llegue el camión de transporte. Al presentarse éste, se traba al toro
por la(s) pata(s) y se lo alza cual saco de tierra para colocarlo en el
cajón destinado para dicho efecto. Será entonces llevado al destace.


Así es como se cierra el fúnebre ciclo del arte taurino
cuando, después de las tinieblas del chiquero, y tras el martirio
intermedio de la arena, el toro se encuentra nuevamente en un segundo y
último compartimiento obscuro del que sin embargo saldrá esta vez
airoso, elevándose sin duda hacia regiones más altas para contemplar una
luz bien diferente a la que lo cegó anteriormente en el infame ruedo de
«honor» de sus inicuos y bárbaros verdugos.



Ver Imagen..

Apoteósis de la 'obra de arte' y la 'cultura' taurina: el noble
festejado convertido en desecho de destace





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La Torotura Nacional
Cada año, miles de toros son torturados hasta morir y cientos de
caballos son atrozmente mutilados en el mayor contexto de crueldad jamás
orquestado en un ámbito cultural. La propaganda taurina, financiada por
el dinero de los contribuyentes, por subvenciones desviadas y por los
derechos de retransmisión de las cadenas de televisión que las han
vuelto a poner de moda, basan la necesidad de este holocausto en cuatro
afirmaciones:


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El toro ibérico ha existido desde siempre. En tiempos remotos, los
ritos iniciáticos de culto al toro distaban mucho de las prácticas
taurinas de hoy.

Las corridas tienen su verdadero origen en las prácticas militares
de las maestranzas en las que se adiestraban a los soldados para la
guera haciéndoles practicar la lanza con el toro. Para paliar el peligro
que corrían jinetes y caballos se contrataron mozos equipados con
trapos cuyo cometido era distraer al toro.

La llegada de Felipe V, contrario a las prácticas taurinas, alejó a
los nobles del alanzamiento de toros pero los mozos siguieron mostrando
sus habilidades en algunos pueblos a cambio de dinero. De hecho, hasta
finales del siglo XVIII las corridas no gozaron de popularidad. La
primera plaza de toros no fué construida hasta 1749 época en la cuál la
Inquisición se muestra más poderosa y multiplica los autos de fe.
Torturas y ejecuciones humanas y animales estaban a la orden del día. Aú
así, lo que interesaba era la muerte del toro y la faena era muy corta.
La mutilación sistemática del toro sólo empezó más tarde.

Sin corridas no habría ganaderos de toros de lidia ni toreros pero
afirmar que no habría toros equivale a decir que sin cazadores no habría
perdices o que no existirían elefantes sin el negocio del marfil.




¡Tortura! Ni Arte Ni Cultura 29lcw8j


Curiosamente, el innovador Carlos IV prohibió las corridas mientras
que Fernando VII, aquel que cerró las universidades y prohibió la
Constitución liberal, volvió a permitir las corridas y bajo su reinado
se abrió la primera escuela de tauromaquia en Sevilla... En 1980, la
UNESCO, máxima autoridad mundial en materia de cultura, ha emitido su
dictamen al respecto: "La tauromaquia es el malhadado y venal arte de
torturar y matar animales en público y según unas reglas. Traumatiza a
los niños y los adultos sensibles. Agrava el estado de los neurópatas
atraidos por estos espectáculos. Desnaturaliza la relación entre el
hombre y el animal. En ello, constituye un desafío mayor a la moral, la
educación la ciencia y la cultura." La cultura es todo aquello que
contribuye a volver al ser humano más sensible, más inteligente y más
civilizado. La crueldad que humilla y destruye por el dolor jamás se
podrá considerar cultura. Precisamente por ello, los toreros y sus
cuadrillas suelen provenir de las capas más desfavorecidas de la
población donde la incultura es mayoritaria. La cultura de la crueldad
cono la cultura del dinero no tienen nada que ver con La Cultura.





¡Tortura! Ni Arte Ni Cultura 24bj66c


Si un insecto se posa en un toro, éste lo espanta inmediatamente
demostrando así la extremada sensibilidad de su piel. Por otro lado, si
un ser no sufre, de nada sirve "castigarle". El sufrimiento es un medio
de coacción bien conocido. Sin dolor, la tortura no tiene efectos. Si el
toro no sufre, huelgan todas las torturas a las que le someten:

La pica o puya acaba en una punta de acero de unos 14 cm de largo
que debe penetrar sólo 3 centímetros a la altura de la cruz. En la
práctica, los picadores aumentan la penetración que puede llegar hasta 9
cm, llegando a perforar el pulmón, lo cual provoca una hemorragia que
limita la capacidad del toro.

Las banderillas son agilados harpones de 6 cm a 8 cm que los
banderilleros clavan, en número de 4 a 6 cerca o dentro de las heridas
del puyazo. Estos harpones tienen la facultad de actuar como palanca a
cada movimiento del toro oradando y desgarrando todos los músculos del
cuello. Cuando un torero se "arrima" no es por amor al arte -constituye
incluso un error- sino que pretende enganchar las banderillas para
acentuar el efecto palanca y aumentar la hemorragia iniciada por el
picador. Los pases de muleta tienen como única finalidad marear y agotar
al toro hasta que baje la cabeza lo suficiente para poder matarle. Se
mata al toro clavándole una espada entre las vertebras del cuello para
llegar al corazón y fulminarle. Esto no ocurre prácticamente nunca. El
toro malherido en un pulmón, una arteria o el corazón, agoniza gimiendo
lastimosamente y vomitando sangre. Debe ser rematado con la puntilla, un
puñal corto destinado a seccionar la medula espinal, lo cuál,
supuestamente, acaba con el sufrimiento del animal. Esto tampoco ocurre
así y el toro queda paralizado pero consciente durante todo el proceso
de arratre y posterior despiece. Varios veterinarios, entre ellos un
titular de la Plaza de las Ventas y de Colmenar Viejo, han denunciado
que además de las lesiones múltiples recibidas durante la faena o de la
conocida práctica del afeitado, el toro padece secretas manipulaciones
previas destinadas a envalentonar a los mansos (aguarrás en las pezuñas,
alfileres en los genitales) o debilitar a los bravos (purgas con
sulfato de sosa, sulfato de paralizante en los ojos y algodón en la
garganta).

Finalmente, diversas autopsias y análisis veterinarios practicados
en toros después de lidia demuestran que más del 48% de ellos sufrían
enfermedades como Tuberculosis, Nefritis múltiples, Echinococosis de
hígado e intestinos, Pleuroneumonías, Pleuresias y Peritonitis, entre
otras.




¡Tortura! Ni Arte Ni Cultura 2zdu9t2


Después del reparto millonario entre ganaderos, empresarios y
toreros, los demás trabajadores malviven con sueldos míseros que no
incluyen cobertura social. En 1993, este gremio reportaba 16.000
empleados, pero la Seguridad Social sólo registraba 3.000.

De los toros sólo vive bien una minoría.

El toro, animal emblemático de España y símbolo de bravura y fuerza
merece otro destino que el que le reserva el negocio taurino.
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Mensaje por Rodry`- Lun Jul 12, 2010 5:33 pm

Mierda No saves si es cultura o Arte lo unico qe se save qe es un deporte de locos
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Mensaje por SonyEricson Lun Jul 12, 2010 7:22 pm

jajaj , a eso llamas deporte? , tenes que ser muy enfermo para llamar deporte a eso
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Mensaje por nachog97 Jue Jul 15, 2010 2:00 pm

Terrible lo que le hacen a los animales.
Estamos cada vez más locos. Pongánse en lugar de esos animales, también tienen sentimientos como nosotros! si es que los tienen HIJOS DE PUTA!
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Mensaje por Invitado Jue Jul 15, 2010 2:08 pm

nacho segui asi y vas a ser el proximo dueño de GREENPEACE :E

hablando bien , tenes razon , estos españoles estan re locos , como va a maltarar al pobre toriro , pobre ya es re cornudo el loco :E

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Mensaje por basshunter Jue Jul 15, 2010 4:10 pm

aaaaaaaaaaaaaagggggggggghhhhhhhhhhhhrrrrr :S
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Mensaje por SonyEricson Jue Jul 15, 2010 4:36 pm

Sparco escribió:nacho segui asi y vas a ser el proximo dueño de GREENPEACE :E

hablando bien , tenes razon , estos españoles estan re locos , como va a maltarar al pobre toriro , pobre ya es re
cornudo el loco :E


ajjajajajaj que forro , poobre torito Sad
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